Los virus son sin lugar a dudas, unos elementos bastante particulares que han estado con nosotros desde siempre. Nos han acompañado en cada hito de la humanidad moldeando incluso el curso de la historia; desde el imponente Imperio Romano que se puso en jaqué por la peste Antonina, pasando por la viruela que azotó a Europa y sus territorios recién descubiertos siendo determinante para la desaparición de los aztecas en Centro América, hasta la fiebre española que se desarrolló en pleno apogeo de la primera guerra mundial causando casi cien millones de muertes, muchas más muertes que la guerra misma. La relación entre el hombre y los virus está lejos de terminar; mientras más exploremos y descubramos la inmensidad del hábitat en el que vivimos, nos seguiremos topando no sólo con aquello que nos maravilla, sino también con un catálogo cada vez mayor de estos microscópicos caballos de Troya.
Un virus es un elemento no vivo que necesita un huésped para poder existir. Estas minúsculas sustancias que pueden ser hasta 100 veces más pequeñas que una bacteria, están formadas por material genético que puede ser ADN ó ARN, proteínas y algunas enzimas envueltas en una membrana. Un virus al no ser un ser vivo, no puede “reproducirse” o multiplicarse por sí solo; necesita la célula de un organismo vivo como una bacteria, una planta, un animal o el ser humano que les sirva de hogar. Una vez el virus encuentra esa célula, utiliza todas las herramientas de su huésped para duplicarse por millares infectando nuevas células garantizando así su permanencia. Este proceso involucra en primer lugar, el engaño a la célula sana para que no reconozca al virus como nocivo y no lo ataque. Posteriormente, nuestro caballo de Troya libera toda su artillería secuestrando a la célula que lo alojó, poniendo a su disposición los procesos celulares de su rehén para multiplicar su material genético, producir las proteínas que necesita y ensamblar nuevas copias del virus. Cuando un verdadero ejército de copias se ha producido en la célula, estas salen de allí para infectar a otras repitiendo el proceso. Nuestra célula rehén puede morir o duplicarse con el material genético del intruso como daño colateral de esta acción de guerra.
El virus al que nos vemos enfrentados en esta ocasión llamado SARS-Cov-2 o coronavirus, sigue exactamente el mismo modus operandi de sus congéneres y lo traemos a nuestras células vivas a través de la nariz, la boca y/o los ojos. Para evitar caer en la emboscada de este maestro del engaño, resulta vital seguir las recomendaciones estipuladas por los expertos y lavarnos las manos de manera frecuente con agua y jabón, porque esta sencilla acción es capaz de destruir la membrana que envuelve todo el material del virus, desactivándolo y causando su degradación.